Debatir
Del lat. debattuĕre 'batir, sacudir', 'batirse'.
1. tr. Dicho de
dos o más personas: Discutir un tema con opiniones diferentes. U. t. c. intr.
El debate, es
una tradición clásica. Nuestros tataramuyabuelos, los griegos, lo hacían hace
ya muchos años. Pero no vengo a contarte eso, la historia de la filosofía está
escrita, cualquiera puede acceder a ella, por mucho que les pese a algunos. Si
bien este vuelve a ser otro tema. No, yo vengo a hacer algo más nimio, algo
mucho más simple y sencillo que hablar de historia. Ya sabéis -espero-, la historia
es una mezcla entre arte y ciencia, y ambos campos, lo siento, son para mí
demasiado complejos. Ya retomaré este párrafo un poco más adelante, y me
entenderás.
Yo vengo a
hablar de perversión: perversión absoluta de la naturaleza. Y es que, de un
tiempo a hoy, estoy asustada. De corazón os lo juro, muy asustada. Se está
cometiendo una atrocidad innombrable contra una especie animal, que lleva
siendo explotada desde los albores de los tiempos. Hemos cogido a estos pobres
animales que me quitan el sueño, los hemos sacado de su medio natural, y los
hemos engordado y cebado, como si no tuviesen otro fin posible. Hemos tomado su
esencia más ínfima y la hemos tornado simple, vaga, como si únicamente
estuviesen codificados para cumplir con una función invariable. Hemos llenado
su mundo de variables por constantes. Os hablo, sin duda, del ser humano. No me
miréis mal, sé que no todos los seres humanos tienen la suerte de comer todos
los días- pero este es también otro tema digno de honda reflexión.-. Os hablo
del ser humano de las sociedades primermundistas, de ti y de mí. Te pregunto, a ti que
me lees, ¿Cómo nos estamos haciendo esto?
Quisiera
ilustrar el planteamiento por el que llamaba tu atención-si es que alguien
llega a soportar mi verborrea hasta aquí-. Ayer, en televisión, se mantuvo un
debate entre dos políticos, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Caras nuevas,
debatiendo, de cara a unas elecciones. Mi valoración del debate, está fuera de
este texto. Mi valoración, va a un extracto de un texto de Arturo González, que
leía esta mañana mientras me tomaba el café, y os cito: “El debate entre Albert
Rivera y Pablo Iglesias alcanzó una cuota
de audiencia del 25,2 %, cifra de fútbol o de Gran Hermano, superando ampliamente el récord
histórico del programa Salvados” Os
lo pongo masticadito, en negrita y cursivas. Dudo de la necesidad de llamar
a Holmes para que os solucione qué huele ahí a rancio ¿eh? Insisto, no voy a
meterme en políticas sobre partidos o sobre qué demonios se dijo, o si quiera
si yo misma votaría a alguno de estos sujetos -¿Votaría yo?-.
Como decía
Marco Aurelio, es necesario preguntarse de las cosas qué son en sí mismas. Y
nosotros somos, permíteme que use la palabra, citando a la RAE de nuevo:
Gilipollas
1. adj. malson. Esp. Necio o estúpido. Apl. a pers., u. t. c. s.
La semana pasada, vi cómo curabais el cáncer con frutas
mágicas seis veces, y leí unas tres veces sobre los motivos “científicos” por
los que la leche produce esa enfermedad innombrable. Me informasteis, con
carteles muy amarillistas, sobre por qué no merecemos la pena como especie, y
somos únicamente buenos para maltratar perros, porque todos somos monstruos
hijos de puta sin corazón. Vamos, que decir eso de: “Homo homini lupus” era
quedarse tan corto como un gnomo con enanismo, señor Hobbes. Tendría que ver
usted los montajes “informativos” de ciertos colectivos. La semana pasada leí,
unas diez veces, frases aplicadas a un autor que jamás dijo tal cosa, como
también soporté que se llamase insensible a un premio Nóbel por decir que, con
quince años leer El Quijote le pareció tortuoso, como si quien criticase lo
hubiese leído, o lo suyo fuese lo absoluto. Soporté, más de lo debido,
vejaciones de todo tipo por mis intereses culturales. Una cosa es que te digan,
razonadamente, los porqués de una cosa, y otra muy diferente que te llamen
directamente “asesino” por ello. Y después de todo esto, he visto carteles de
contenido “político” donde se repetía una consigna racista, misógina, absurda o
peyorativa hacia colectivos, sin que nadie dijese ni mú, y sin que nadie dijese
una palabra en contra, de hecho aplaudiendo esa idea absurda, sin llegar al más
allá de la cuestión, sin plantear dudas, sin preguntarse nada. El debate más inteligente que leí en una red social, la
semana pasada, tristemente, era sobre la búsqueda de capacidad de raciocinio en
ciertos homínidos, quienes vivían encerrados en una casa invadida de cámaras,
mientras el 25 % de cierta audiencia observa. La audiencia que no, tenía
internet, y perdía su tiempo quejándose de la incultura de otros, mientras no
era capaz de preguntarse a sí mismo sobre la propia.
Ahora sí, quisiera volver al debate como concepto del cual
hablaba en el primer párrafo, y la deshumanización que mencionaba en el
segundo. No vengo a defender una idea de gente con o sin estudios, una idea de
gente que consume cierta televisión u otra, a meterme en el infinito mundo de
la izquierda y la derecha, a hablar de animalismo o humanismo. No, no. El mundo
de las ideas era mucho más grande de lo que pudo imaginar Platón como para
hundirnos en esos lodazales placenteros. Pero le pido ayuda, a nuestro insigne
filósofo, y le pregunto a él, y no a ti que me llevas leyendo -¿De verdad has
llegado hasta aquí? Eres increíble.-: Platón, ¿Cómo puede caber tanta gente en
una cueva? ¿Cómo es posible que la
reflexión, la duda, la búsqueda de información verídica, la preocupación
social, la preocupación política, hayan sido sustituidas por la credulidad
infinita, la creencia ciega, el convencimiento de que todo lo que se lee es
cierto y el desentendimiento del mundo? ¿En qué momento, mi buen señor, nos hemos vuelto tan perezosos? ¿Cuándo nos hemos convertido en animales de cebo, alimentados por pretensiones vacías? ¿Cuándo le vendimos a nuestros caprichos nuestros sueños?
No creo en Dios, pero si lo hiciera le pediría que nos
salvase de nosotros mismos. Ojalá pudiese creer que el hombre, es un lobo para el hombre. Así quizá, tendríamos conciencia de manada y mantendríamos nuestros instintos
más básicos, y no los más bajos.